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Entrevista a Gonzalo Golpe, autor de When the Wind

«El mal de la Inteligencia Artificial no está en la máquina, sino en sus creadores y en quienes la controlan»

Por Isabel Díez, colaboradora de BasqueDokFestival 2023

El último trabajo publicado del fotógrafo Gonzalo Golpe, When the wind,  ha sido creado íntegramente mediante Inteligencia Artificial. Pese a ello, se muestra crítico con estas herramientas e incide en su necesidad de regulación al tiempo que plantea la utilidad de crear espacios para el debate sobre los usos de esta tecnología. Como editor, reflexiona también sobre la supervivencia del fotolibro; “su muerte ha sido anunciada tantas veces que parece inmortal”.

¿Había visitado Bilbao en alguna ocasión anterior?

Por los años que he vivido allí —más de una década— casi podría decirse que soy de Bilbao, y también por esa prerrogativa especial que tiene esta ciudad y que permite a cualquiera ser de Bilbo, es decir, del mundo. Me encanta Bilbao, pero sobre todo me encanta su gente, incluso diría que más que su comida. Me siento en casa allí.

Viendo el resultado de When the Wind, donde otros han visto una amenaza, usted ha visto una oportunidad. ¿En qué medida estas herramientas pueden ayudar a los fotógrafos a desarrollar su trabajo?

Yo no lo veo como una oportunidad, de hecho, es una amenaza seria. Preferiría que no hubiese ocurrido pero hace más de una década que la inteligencia artificial manipula nuestras vidas, recoge y clasifica datos sobre nosotros, nos empuja a consumir, influye en nuestro pensamiento, nuestras opiniones… Aunque no trabaja por voluntad propia, lo hace al servicio de intereses humanos. El texto que escribió no hace mucho Hito Steyerl, Mean Images, debería ser de obligada lectura, como siempre está lúcida, comprometida e incisiva. Creo que debemos hacer un esfuerzo por entender todo lo que rodea esta tecnología y tomar una posición frente a ella o más bien frente a los que están detrás. Pero hay que entender que el mal no está en la máquina, está en las personas que la crearon y que la controlan, que se reúnen con nuestros gobernantes y tratan de controlar las políticas de regulación futura. Está en que un desubicado que vive en Matrix piense que es buena idea que le escaneen el iris en un centro comercial a cambio de unos tokens y un puñado de dólares. Sobre lo que puede hacer esta tecnología por la fotografía, no lo sé. Creo que el planteamiento sería más bien otro: ¿qué puede hacer una persona interesada por la imagen con esta tecnología? Debemos abrir espacios para el debate sobre esto en los foros fotográficos, agitar los estados de opinión, educar, ser críticos, plantear la necesidad de regulaciones especiales para este tipo de imágenes, etc. Nadie se va a espantar si mañana se virilizase un pretendido dibujo hiperrealista de Trump siendo tiroteado en el juzgado pero, ¿qué pasaría si en lugar de eso fuese una imagen sintética y la diésemos por cierta?

¿Ha conseguido trasladar a la IA la idea inicial que tenía cuando concibió el trabajo o lo ha ido adaptando según los resultados ofrecidos por la aplicación?

Para mí fue un primer contacto, como esas películas en las que mandan a embajadores humanos a entablar relaciones con aliens. Mi interés principal se basaba en entender cómo podía comunicarme con esa inteligencia artificial a través de una herramienta que conozco bien y que considero que sigue siendo exclusivamente humana. Me fui adaptando y reaccionando a lo que me era devuelto, trataba de comprender su lógica, negociaba con el espanto de encontrarme que los modelos generadores de imágenes respondían a un régimen de lo visual eminentemente racista, machista, capitalista… Es vergonzoso que esto haya surgido en el departamento de una universidad. Hasta donde sabemos los alimentaron con todo lo que había disponible, sin ningún tipo de criterio, de salvaguarda, de principios que garantizasen una representación del mundo y quien lo habita más igualitaria y justa. Por eso debemos plantear una actividad crítica y resistente frente al uso de esta tecnología. No esperen encontrar este espíritu incendiario en el libro, al menos no de forma obvia. Es una historia intimista de un posible fin del mundo y también una reclamación natural de un territorio que no nos pertenecía y que no hemos sabido cuidar. Hasta ahí puedo leer.

Según su criterio, ¿dónde deberían estar los límites de la IA?

Lo primero y más importante: no sienten al lobo en la misma mesa que a las ovejas. La tecnología no es responsable ni moral ni legalmente de lo que se haga con ella; lo son las personas que la crearon y las que la utilizan. A ellos es a quien hay que enjuiciar y debe hacerse lo antes posible. Lo primero que pediría es sentido común. No puede ser que nuestros gobernantes si sienten con estos ceos a decidir cómo vamos a lidiar con las consecuencias de sus creaciones. Son las empresas que dirigen las que han de ser reguladas. Pero los intereses de seguridad nacional, de equilibrio geopolítico, de desarrollo, etc. hacen que nuestros dirigentes opten por aliarse con ellos. Desconfíen de aquellos que vendan solo sus virtudes, de los youtubers al servicio de multinacionales de tecnología, de los estudios de cine y servicios de streaming que van a bombardearnos con narrativas apocalípticas para distraer nuestra atención o bien vendernos que la hibridación es el camino. La primera regulación debería ser una automedida: hacer un esfuerzo por informarnos, por educarnos, conocer la situación y tomar partido de forma crítica, consciente y, a pesar de todo, esperanzada.

When the wind lo ha editado con La Fábrica, pero su experiencia en autoedición es amplia. ¿Qué momento actual está viviendo el fotolibro?

El fotolibro vive en una eterna convulsión y según el diccionario, una convulsión es el resultado de una acción violenta que tiene la capacidad para alterar o trastornar la “normalidad” de la vida en común. Es bonito pensar que a pesar de todos los sinsabores, de lo difícil que es resolver una ecuación editorial de gastos e ingresos en este medio, este dispositivo sigue ofreciéndonos la posibilidad de alterar aquello que se considera normal. El fotolibro nace y muere cada día en la mente de aquellos y aquellas que lo sostienen, que lo aman, que lo hacen circular. Su muerte ha sido anunciada tantas veces que parece inmortal. Quedémonos con eso, olvidémonos de su fugacidad. Basta una nueva lectora para que este pequeño mundo renazca, basta que alguien descubra sus infinitas posibilidades para que avance.